Ana María Cabello, uno de los pilares de la danza en Valdivia. Abril de 2017
- Publicado el abril 29, 2020.
Con siete décadas de carrera profesional, primero como bailarina y actualmente como profesora, la artista es fundamental para entender la historia de la disciplina a nivel local, las metas cumplidas y los desafíos pendientes. Desde las aulas de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Austral de Chile, en la década de 1970, hasta la Escuela de Danza Valdivia, ha recorrido un largo camino que según dice aún no se termina.
La de Ana María Cabello es una historia escrita en movimiento. Nació en Valdivia en 1941. A los cinco años de edad comenzó a estudiar danza y tras seis décadas vinculada a la actividad, se ha transformado en uno de los pilares fundamentales para entender el desarrollo y posicionamiento de la disciplina en la ciudad.
Su carrera partió bajo las órdenes de los profesores Helma Klempau y Herbert Belker en el Club de la Unión en 1945. Según recuerda, era una época en que vincularse al arte era señal de estatus social, aunque en su caso, se trató más bien de una forma de canalizar de manera productiva su entusiasmo infantil por hacer actividades recreativas. No heredó el gusto por bailar, ni tuvo influencias familiares para tomar la decisión. Sin embargo, cree que tal vez en el gusto de su padre por la música docta, puede estar la causa de haberse ligado a la danza.
Entre 1960 y 1965, realizó estudios en el Ballet Municipal de Santiago con el maestro Octavio Cintolecci. Y al regresar a Valdivia creó su propia academia de ballet e hizo clases en San José de la Mariquina y Temuco. En aquel entonces Matilde Romo dirigía el Ballet Austral y la invitó a ser parte del elenco para una gira que la llevó a destinos como Punta Arenas y Tierra del Fuego.
A principios de la década de 1970 ingresó a la escuela de danza de la Facultad de Bellas Artes de la Uach y fue testigo de su cierre tras el golpe militar, lo que obligó a buscar alternativas para no perder el continuo desarrollo de la danza en Valdivia. Junto a otras las también estudiantes de la facultad, Carmen Gloria Véliz, Gloria López, Rosita Sandoval y Ximena Schaaf, logró el respaldo del alcalde de esa época y se logró reestructurar una escuela que desde ese momento pasó a funcionar bajo el alero de la municipalidad. Así fue que el 17 de abril de 1977 nació la Escuela de Ballet Municipal de Valdivia, ahora conocida simplemente como Escuela de Danza Valdivia.
La herencia
En las casi cuatro décadas de funcionamiento de la institución, Ana María Cabello, ejerció el rol de directora administrativa (que actualmente está en manos de Ximena Schaaf), bailarina, coreógrafa y productora de todas las funciones de gala del ballet. Hoy es profesora de niños de entre 5 y 8 años de edad, que reciben clases de iniciación en danza cuando ingresan a la escuela. Su responsabilidad es prepararlos para que cuando cumplan 9 años, puedan iniciar la instrucción en técnica académica.
El rol de profesora lo asumió como la opción natural tras dejar los escenarios en 1980. Tenía 40 años y se retiró como parte del elenco del montaje “La búsqueda del sentido”. Además de enseñar a las nuevas generaciones, su legado los conservan dos de sus tres hijos de su primer matrimonio: Anabella y José Luis Vidal Cabello son bailarines y coreógrafos que vive y trabajan en Valdivia y Santiago.
Además por su trayectoria y aportes recibió en 1988 el Premio Extensión Cultural que entrega la Municipalidad de Valdivia.
¿Cómo era el ambiente cultural en la ciudad, en la época que usted comenzó a estudiar danza?
Había muchas actividades. La danza en Valdivia es una tradición que no ha pasado de moda. Además esta ciudad tiene la herencia de los colonos alemanes, entonces hay mucho de esa influencia cultural en no dejar que las cosas dejen de seguir existiendo con el paso de los años.
¿Qué recuerdos tiene de sus primeros años como bailarina infantil?
Era descubrir un mundo completamente nuevo, no solo de la danza, también del lugar donde teníamos clases. El Club de la Unión tiene una escalera de mármol preciosa y había que subirla cada vez que llegábamos al lugar. Era algo precioso, muy lindo e impactante, algo que nos daba curiosidad por saber más sobre temas de la arquitectura del lugar y cosas por ese estilo. Yo era muy chica, no recuerdo haber preguntado si era posible que mis papás me inscribieran en clases de danza, así que supongo que lo hicieron porque era muy inquieta. Tenía que aprovechar esa energía en algo provechoso.
¿Por qué decidió perfeccionarse en Santiago?
Es que en Valdivia, en ese momento, no había nada que valiera la pena, ninguna instancia que te permitiera mejorar o seguir avanzando. Entonces una opción obvia era irse a Santiago. De esa experiencia aprendí muchas cosas. La disciplina fue muy importante. Al final fueron elementos que terminé aplicando en mis clases.
¿Eso cambió con la Facultad de Bellas Artes de la Uach?
En su primer período de funcionamiento hubo muchos aportes en áreas como danza, escultura y música. Yo era bien joven cuando entré. Ayudó a profesionalizar un poco más la actividad, era habitual tener con bastante frecuencia presentaciones en el teatro Cervantes. Eran cosas que tenían un impacto importante en la audiencia.
¿Les costó reiniciar las actividades luego del cierre en la década de 1970?
Al principio hubo incertidumbre. Recuerdo que hablamos con el alcalde porque teníamos la idea de que la danza siguiera teniendo un lugar donde aprender y enseñar. El grupo que trabajó en este proyecto tenía mucho conocimiento sobre técnica académica y cosas de administración, así que no nos costó tanto. Estaba instalada la necesidad, así que partimos con alumnos desde el primer momento. Estuvimos en varios lugares antes de trabajar donde estamos ahora en el subsuelo de la Municipalidad de Valdivia.
¿Por qué decidió dejar de bailar?
Siempre he sido muy consciente de que un artista debe cuidad su imagen. Hay que ser responsable en ese sentido, en saber que hay momentos en que hay que dar un paso al costado antes de comenzar a fallar en los que tanto te gusta hacer. En 1980 ya no era tan joven, entonces era casi natural que tal vez pudiera comenzar a bailar mal. Preferí retirarme dejando una buena imagen en la gente, siempre tuve mucho carisma y afortunadamente nunca sufrí por lesiones o problemas físicos.
¿Qué significó haber recibido el Premio Extensión Cultural?
Nunca me lo esperé. Fue algo que me tomó por sorpresa, pero me sirvió para decirle a la ciudad que era necesario que la danza nunca dejara de existir. Fue una época en que el teatro Cervantes ya no estaba disponible para este tipo de espectáculos, pero nosotros nos resistíamos a perder espacios.
¿Qué diferencias hay entre la época en que aprendió danza y la época en que comenzó a enseñar danza?
El compromiso siempre ha sido el mismo, pero tengo la sensación de que antes podíamos hacer muchas más cosas. Aprendimos en este oficio de la prueba y el error. Hicimos un trabajo de artesanos para conseguir lo que tenemos hoy, tal vez por eso nos esforzábamos mucho para tener giras, educar a la gente, ofrecer cosas de mucha calidad y para salir adelante. Hoy todo eso está reflejado en todas las generaciones que hemos formado en la escuela. Recibimos mucho amor a cambio. Esto es como ser mamá.
¿Cuál es su sello distintivo como profesora?
El cariño y respeto por esta actividad que amo. Trabajar con niños pequeños es complicado y desafiante, pero es una buena forma de buscar estrategias para que puedan mejorar. Por ejemplo, en mis clases incorporé elementos de Yoga, eso permite que las estudiantes puedan relajarse, se puedan sentir más tranquilas y con la atención necesaria disponible para las exigencias de una clase.
¿Cómo evalúa el trabajo que ha realizado la escuela donde trabaja?
Hemos logrado cosas muy importantes. La danza nunca ha dejado de existir en esta ciudad gracias a nosotros, además formamos a muchos, a casi todos, los que después iniciaron sus propias empresas. Ahora son profesores, hacen clases y viven en base a los conocimientos que les entregamos en algún momento.
¿Cuáles son los desafíos pendientes?
Cada período ha tenido cosas buenas y malas. En la década de 1980 hicimos muchas giras, tuvimos mucha figuración en el resto del país, había mucho entusiasmo. Con el paso de los años, cada nuevo ciclo impone desafíos diferentes que hay que enfrentar con más o con menos plata. Algo que sigue pendiente es que podamos contar con un lugar renovado, un lugar con mejores condiciones donde poder seguir enseñando lo que sabemos. Personalmente, estoy a la espera de que se concrete el proyecto de la escuela nueva en la Isla Teja, antes de siquiera pensar en retirarme.
¿Creen que han cumplido con el objetivo de educar a las audiencias?
Esta ciudad es muy exigente en temas de cultura. Cuando comenzamos, la gente era muy tímida, pero con el paso de los años hicimos que se acostumbraran a la danza, a los espectáculos donde hay que saber ciertas cosas. Ahora la demanda es tremenda, los encuentros escolares, por ejemplo, se llenan y eso es porque la gente aprendió a valorar la danza. Yo llevaba a mis hijos a los ensayos y a las presentaciones, así que puedo decir que es algo muy educativo, algo que puede tener resultados muy positivos para la educar la sensibilidad o el gusto por la cultura.